Prefería quedarme en el patio, junto a mis padres. La preocupación por la chica de la ciudad, esa que me gustaba entonces, se hundía dentro de mí: quizás coquetea, quizás contesta el teléfono a otro chico...
Los pensamientos eran tan pesados que me sentía como un barco anclado en alta mar — aunque estaba en un patio.
No le decía a nadie. El orgullo me lo impedía.
La abuela justo eso afirmaba: lo que yo vivía, cuando me veía en aquel estado de ensimismamiento. Entonces me sentía avergonzado y alentado. Sólo quien ha pasado por eso puede saber.
Aún esperaba que me llevara aparte, que me confesara también ella lo que había vivido alguna vez — habría sido un apoyo, una prueba de que se puede seguir adelante, que se puede superar algo que sacude los nervios.
El amor me mataba en silencio.
No emprendía nada, salvo raras veces, cuando había que echar una mano. Como aquella vez, cuando cargábamos la cuba de uvas.
„Bucureștiul e așa mare, că o zi nu-i dai ocol călare”