La planta del otoño presiona las copas de los árboles y asusta a los pájaros dormidos entre las ramas. Hubieras visto a los dos enamorados alzarse del banco, más convencidos que la paloma de nuestra casa, al oír el bramido otoñal que cercaba la naturaleza desde todos los rincones de donde podía surgir.
Los coches roncaban, como cuerpos debilitados en las articulaciones. De las cercas solo se aferraban los gatos, para quedarse allí, en las enormes cantidades de aire que se desplomaban desde un avión puesto en marcha por la mano misma de un niño — maestro en origami.
Estaba tan cansado que tomé dos hojas y me las puse sobre los párpados — para cerrar, de modo concreto, la visión del horizonte amarillo.